UNA HISTORIA QUE COMIENZA LEJANA EN EL TIEMPO...
San Francisco de Paula nace en Paula (Italia) el 27 de marzo de 1416 y muere el 2 de abril de 1507 en Tours (Francia). ¿Qué puede tener en común con los hombres de hoy un santo que ha vivido en el siglo XV? ¡Intentemos descubrirlo! Hoy se nos mostraría, quizás, con la apariencia externa de uno de esos jóvenes un poco rebeldes que no aceptan las reglas ni los convencionalismos de la sociedad en que viven, pero debajo había otra cosa muy distinta de un poco de anticonformismo.
Asombra a todos cuando ya a los catorce años decide abrazar la vida eremítica, en el riguroso seguimiento de los consejos evangélicos de pobreza, castidad, obediencia, a los cuales une una estricta observancia del régimen cuaresmal. Nos admiramos también al ver cómo, en un tiempo como el suyo, aparentemente poco atento a los valores espirituales y a la dimensión interior del hombre, su experiencia fascina a tantos jóvenes como él.
Asombra a todos cuando ya a los catorce años decide abrazar la vida eremítica, en el riguroso seguimiento de los consejos evangélicos de pobreza, castidad, obediencia, a los cuales une una estricta observancia del régimen cuaresmal. Nos admiramos también al ver cómo, en un tiempo como el suyo, aparentemente poco atento a los valores espirituales y a la dimensión interior del hombre, su experiencia fascina a tantos jóvenes como él.
La comunidad que se forma rápidamente, se convierte en un punto de referencia para las necesidaes de todos: son innumerables los episodios que lo contemplan como promotor de reconciliación y que testimonian su atención a los problemas de su tierra de Calabria, en la que recoge las ansias de la gente oprimida por las vejaciones de los poderosos. La difusión y el vasto eco que su movimiento suscita, unidos a la admiración por las obras que éste realiza, le obtienen el reconocimiento, primero del Arzobispo de Cosenza, Mons. Pirro Caracciolo, en 1470, y después por el Papa, Sixto IV, en 1474.
Los eventos tormentosos de su tiempo lo tendrán por protagonista mucho más de cuanto dejaría entrever su deseo de una vida escondida y humilde. Tiene que afrontar cuestiones de estado y de justicia social en el reino de Nápoles y en la corte del rey de Francia Luis XI, a donde se trasladará en el 1483 enviado por Sixto IV, y donde permanecerá hasta la muerte. De aquí que tantos acontecimientos políticos y eclesiales pasan a través de su discernimiento de hombre iluminado por el Espíritu Santo. San Francisco ha sido, por tanto, un eremita, pero bien arraigado en su realidad histórica.
El haber elegido vivir para Dios a través del abandono de todo cuanto es superfluo, no lo ha hecho insensible a los problemas del hombre. Las formas de penitencia por él elegidas no eran el rechazo de la alegría de vivir, sino el gesto profético de quien afirma para la vida del hombre la prioridad de los valores espirituales respecto a los condicionamientos que se derivan de los bienes del mundo.Y en este camino de purificación, que es liberación de los vínculos temporales y culturales, este hombre del 1400, se nos vuelve a proponer hoy a nosotros, hombres del siglo XX, como nuestro contemporáneo.
El es el hombre que encuentra en la libertad y en la soledad interior la capacidad de ser compañero para los otros hombres, de reconciliarse y de reconciliar, de decir la verdad con valentía, de hacerse cargo de las necesidades comunes, de defender la justicia.
... QUE DEJA UNA HUELLA PROFUNDA... "Haced frutos dignos de penitencia en la alimentación cuaresmal" (IV Regla, c.6) |
La permanencia de Francisco en Francia ha sido, en los planes de la Providencia, la ocasión para una mejor definición del carisma penitencial, acogido en Paula de las manos de Dios. Su movimiento eremítico toma forma gradualmente y se presenta en la Iglesia como la última gran Orden medieval con una Regla propia, aprobada, en su redacción definitiva, la cuarta, en el 1506, por Julio II.
Esta Regla, que se sitúa junto a las otras Reglas clásicas de la tradición monástica, ofrece, en la penitencia evangélica, una forma original del seguimiento de Cristo, que sintetiza la propuesta espiritual de la Orden de los Mínimos y que encuentra en el voto de vida cuaresmal su expresión típica.
Tal voto, vivido, según la tradición de la Iglesia, en el signo y en la ascesis de la abstinencia de la carne y de sus derivados, representa todo un estilo de vida que facilita la práctica cotidiana de los valores cuaresmales, esto es la total conversión de la mente, del corazón y de la vida a Dios, con una atención particular a las necesidades de los hermanos.