martes, 20 de diciembre de 2011

Carisma y espiritualidad

    Pero ¿qué hombre encuentra hoy la propuesta de la Orden de los Mínimos? Es un hombre que a menudo se deja llevar por el mito de la autosuficiencia y aparece concentrado sobre sí mismo y sus necesidades. Y no obstante este mismo hombre siente también la exigencia de ir más allá de esta dimensión y busca afanosa y confusamente algo más profundo. A pesar de mostrar en apariencia que vive bien entre ciertos lazos, con los cuales voluntaria o incoscientemente se ata, siente una interior y profunda necesidad de liberación.
                Para este hombre, S. Francisco de Paula se propone como una llamada a la interioridad y no al intimismo. Sugiere con su existencia que para reencontrarse a sí mismo, para responder a la necesidad de felicidad que hay en cada uno, es necesiario recorrer los caminos del desierto, entendido no sólo como lugar físico, sino como estilo de vida hecho de dominio, autodisciplina y silencio, capaz de penetrar y organizar la vida cotidiana.
                La postura penitencial no es postura mortificante que mata la vida y la condena. Es, por el contrario, la asunción de la vida en sus más duras manifestaciones. Es capacidad de confrontarse con la realidad cotidiana de las cosas y de las personas, así como realmente son y no como las soñamos. La espiritualidad cuaresmal presenta la penitencia como capacidad de amar hasta el fondo, de morir cada día, de luchar para que la vida sea libre y plena. Es la capacidad de hacerse cargo del sufrimiento de los demás, de hacer el mismo camino con quien sufre, con quien busca, con el hombre que vive en las distintas clases de pobreza.
                Los Mínimos, como fieles intérpretes de S. Francisco de Paula, están llamados a vivir de manera creativa y fresca las Bienaventuranzas evangélicas, en la sencillez y radicalidad, testimoniando a nuestra sociedad, dominada por el tener, que verdaderamente se puede "ser" y que la felicidad no la dan las cosas sino el encuentro con Cristo vivo, Señor de la vida.
                Es en la fidelidad a la oración cotidiana, personal y comunitaria, que fue la primera experiencia espiritual de S. Francisco y que permanece siempre como una necesidad fundamental para todos, donde los religiosos Mínimos encuentran la fuerza y las razones para dar este testimonio que parece rayar en lo imposible. La oración, que en toda la tradición de la Iglesia, expresa el abandono total y confiado en Dios, es, en efecto, la respuesta a Dios del hombre que cree y que proyecta en Él el sentido último de su existencia y de su acción, y que encuentra, por tanto, en Él la fuerza para cumplir cuanto Él mismo nos encomienda.
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...PARA LOGRAR HABLAR AL CORAZON DEL HOMBRE DE HOY
Al aprobar la Regla de los Mínimos, el Papa Julio II dijo que son en la Iglesia como "luz que ilumina a los penitentes". ¿Cómo cumple hoy la Orden de los Mínimos la misión espefífica que San Francisco le ha dado y la Iglesia le ha reconocido? Tres son los aspectos de la vida humana sobre los cuales el carisma Mínimo es interpelado más específicamente y sobre los cuales puede responder mejor.
1..el retorno a la interioridad.


                El Mínimo redescubre, a través de la interioridad, el camino de la humildad y de la sencillez, que le permite una postura de confianza ante Dios y de esperanza ante las propias limitaciones. La "lección" que los Mínimos ofrecen al hombre que se busca a sí mismo es que tal búsqueda exige disciplina, rigor, capacidad de desprenderse de lo que es extraño a sí mismo.
                Existen muchos signos que indican cómo el hombre está volviendo a orientar su camino hacia una dimensión interior, que en tantos casos desemboca no sólo en el redescubrimiento de la dimensión religiosa, sino también en una verdadera y propia expreriencia mística. Frente a esta búsqueda de interioridad, la Orden de los Mínimos redescubre y ofrece su patrimonio espiritual, uno de cuyos elementos peculiares consiste precisamente en dar resonancia a los interrogantes más profundos de nuestro espíritu.
                La experiencia espiritual de S. Francisco de Paula es, toda ella, una conversión a creer en el Evangelio. El primer plano en su vida lo ocupa siempre la búsqueda de Dios. La "gruta" y el "desierto" son los lugares reales y simbólicos donde, a traves de la soledad física y del silencio, se realiza la experiencia del retorno a las raíces más profundas del propio yo, en el encuentro con Dios.
                Todos nos estamos dando cuenta progresivamente de que es imposible que nuestra sociedad sobreviva a los ritmos de desarrollo que le estamos imponiendo; conceptos como "desarrollo compatible" e "impacto ambiental sostenible" testimonian la toma de conciencia cada vez mayor de que la explotación de la naturaleza tiene sus límites. Se advierte, por tanto, la necesidad de construir sobre las cenizas de la sociedad de consumo una nueva civilización que se base en lo esencial, en el respeto a la naturaleza y a sus recursos, en el reconocimiento de que las esperanzas del hombre no quedan satisfechas sólo con la satisfación de sus necesidades materiales.
                También en el ámbito social, por tanto, tiene la Orden de los Mínimos un papel espefífico que desempeñar: los hijos de S. Francisco, con un estilo de vida sobrio, cumplen la misión de ser signo de la existencia de una jerarquía de valores en cuyo vértice está Dios. La liberación es una de las aspiraciones más profundas del hombre contemporáneo. Además de expresarse en formas político-sociales, va asumiendo hoy un significado más amplio. Expresa la necesidad de un cambio del corazón del hombre, de la ruptura de los mecanismos opresivos que insidian al hombre desde dentro y que son después causa de todas las opresiones y violencias que los débiles padecen en el curso de la historia. Tal liberación corresponde a la conversión evangélica.
2.la civilización de lo esencial
                La espiritualidad penitencial conduce, no al desprecio, sino a establecer la justa distancia de los bienes de consumo y a considerarnos peregrinos en un mundo que no nos pertenece sino que nos es dado sólo en uso. E implica, además, a compartir con los últimos los sufrimientos y las marginaciones impuestas a los más débiles por la sociedad de consumo. La penitencia conduce así al "Charitas", que la Orden de los Mínimos lleva como emblema.
3.una ncecesidad de liberación.
                La penitencia se convierte en una fuerza capaz de dar vida, la cual logra a través de ella salir fuera de su prisión, libre de todo impedimento. Los Mínimos encuentran así una perfecta armonía en su vida: profesan el carisma de la mayor penitencia; lo aceptan con la conciencia de ser "mínimos", los últimos, los pobres de espíritu, necesitados de ayuda; lo viven abiertos a la "Charitas", que es no sólo su emblema, sino el punto de llegada de toda su espiritualidad. Gracias a su carisma, los frailes mínimos, pueden, también en este caso, ofrecer al hombre su llamada al camino de la penitencia que hace libres. Las austeridades prescritas en su Regla tienen la finalidad de anunciar-provocar la liberación-conversión. La condición de desprendimiento de los propios egoísmos y de los propios miedos ofrece una libertad total, en la cual también el encuentro con el otro se hace liberador. .

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